Ayer estaba viendo una serie buenísima en la que en el final (perdón por el spoiler) la protagonista se daba cuenta que, en realidad, llevaba la mitad del último año hablando con los fantasmas de quienes solían ser su familia y amores. Toda mi vida le he tenido terror a los espíritus, a los fantasmas, a que me penen. Pero la serie me hizo reflexionar sobre algo. A los fantasmas no podemos matarlos, solo esperar con paciencia a que pierdan fuerza y nos abandonen.
¿Cuántas partes fantasmas tendremos dentro? El lunes que pasó tuve mi primer incendio declarado como bombera. Los incendios declarados son emergencias donde el fuego ya está en libre combustión y son tan tan grandes, que se reclutan a todas las compañías del sector con la intención principal de que el fuego no se propague más allá del lugar en cuestión, donde ya no queda mucho por hacer. Hasta ahora solamente me habían tocado fuegos controlados por moradores, accidentes sin lesionados y emergencias “suaves”. Y ese lunes me tocó salir corriendo de la cama, ponerme el traje en el cuartel y subirme al carro sin saber muy bien a que nos enfrentaríamos. El resultado fue muy trágico y el incendio fue largo, porque implicó trámites que nos hicieron estar ahí hasta las 4pm. No quise ver los cuerpos (qepd), el comandante me sugirió también no hacerlo. Solamente me concentré en lo que podía hacer, en cómo podía ayudar hasta que pudiésemos volver a la bomba.
Al final estaba ordenando las mangueras y un compañero (uno de mis favoritos) me ofreció enseñarme una técnica para enrollarla. A esas alturas yo ni sé como me sentía pero lo miré con cara de “mansplaining” y cuando me lo mostró yo le dije que ya sabía, que así es como enrollábamos la cuerda cuando escalaba. Me dispuse a hacerlo yo y no me funcionó. Claramente con la manguera era muy distinto. Lo que sentí fue vergüenza y rabia hacia mí misma, ¿cuál era la necesidad de hacerme la chora? me tocó agachar el moño y con el rabo entre las piernas le fui a pedir ayuda para poder hacerlo. El se rió entendiendo la situación y me mostró hasta que lo logré. Le di las gracias con esa cara que dice ups, la cagué.
Le tocó conocer a la sabelotodo. Ese fantasma que juré haber destruido, sólo para darme cuenta que en realidad es una parte mía que sigue estando ahí, a la espera de poder aparecerse. Mi histórica forma de protección. Si no me ven débil no me pueden herir. Si sé todo no hay nadie que pueda desestimarme, llamarme tonta, hueca. Me trasladó a las comidas en la mesa de la casa donde crecí, donde la coraza se fue armando, volviéndose cada vez más gruesa, hasta que me tocó verla, hasta que dejó de ser funcional, hasta que aprendí a reírme de mi misma, a entender que la vulnerabilidad no era pecado, que la gente que te ama no se aprovecha de eso. Trauma de desarrollo le llaman en psicología. Para mi son los fantasmas.
¿Cuántas veces has vuelto a actuar desde ese lugar que juraste haber olvidado? Por más rabia que me dé, sé que es algo natural. Que los fantasmas vuelven a aparecer, que se aparecen en los momentos menos esperados, de las maneras más incómodas y que hacen que lo que podría haber sido pequeñito sea un temón. Porque a una herida no le podemos pedir que deje de sangrar, solamente podemos llenarla de recursos para que empiece su proceso de cicatrización, para que el dolor pierda fuerza, para que la reparación comience.
Y ahí es donde lo pude ver - con ayuda de mi terapeuta somática claramente - hoy, a pesar que la vergüenza y la rabia estaban, pude agachar el moño y pedir ayuda. Asumir mi vulnerabilidad. Si la verguënza y la rabia antes se comían toda la experiencia, ese día ví que podían convivir con mi parte madura que asumía no saberlo todo. Un espacio ganado de seguridad. Las ganancias del recursar y un intento de reparar.
Me acuerdo como en el viaje en India conversaba con unxs amigxs y les contaba como había una chica en Instagram, con la cual ahora nos conocemos virtualmente, que decía que en su proceso de desarrollo de hábitos había sido clave empezar a sumar los buenos hábitos más que preocuparse de eliminar los malos. Que el haber empezado a llenar su día con cosas que la nutrieran fue haciendo que las cosas que no pudiesen ir desapareciendo, perdiendo fuerza. Como si por alimentar a la fuerza nuestrx guerrerx internx nuestros demonios comenzaran a rendirse, a saber que a una fuerza así no se le puede dar cara. A los fantasmas no los podemos matar pero sí podemos esperar a que se rindan.
Mis fantasmas se rinden cuando yo construyo ladrillo a ladrillo eso que sé que me hace bien. Cuando le doy más espacio a lo que se siente agradable, seguro. Cuando comienzo a llenar mis bodegas de herramientas que me son útiles, que están en buena forma, instrumentos que me sirven en mi día a día. En somática les llamamos recursos, tu puedes llamarle como quieras. La terapia parte por aquí, por conectarnos con aquello que nos regala espacio, con el contravórtice, con volvernos guerrerxs preparadxs, con volver a sentir seguridad. Para que los fantasmas pierdan fuerza, para que incluso cuando se aparezcan no les tengamos tanto miedo, para que podamos conversar con ellos, saber a qué vienen.
Sólo cuando logramos darle otro desenlace a nuestras historias podemos resignificarlas. Creo que sanar no es que tus fantasmas desaparezcan por completo, quizás sanar es que cuando vuelvan a aparecer no se coman tu experiencia, que tu puedas seguir eligiendo qué alimentar. Quizás si no nos enfocáramos tanto en soltar y más en construir lo que necesitamos para quedarnos lo comprenderíamos. Aprenderíamos a reintegrar, a reparar. Quizás. Hasta ahora solo sé que los fantasmas existen y que les tengo un poco menos de miedo que antes.
Les mando un abrazo,
Consu
pd. si quieren trabajar sus recursos aquí estoy <3